Aguafuerte, aguatinta, polímero, Chine-collé y gofrado sobre papel Zerkall Artrag 300 g
Edición de 7 grabados
58 x 44 cm
Ed 35 + 2 P. A. + 3 P. T.
4350 euros
Quienes ponen cuidado en formar bien sus letras y en el escrupuloso dibujo de sus palabras, son seres felices. Duermen y se despiertan en palacios. Los demás son seres atormentados. Su universo es informe, está sujeto a mil interpretaciones, da pie a toda clase de metamorfosis, observa Edmond Jabès. Y en esos palacios, ¿quién podría escribir mejor que un pintor?, le responde Barthes. El mismo Leonardo, por ejemplo, omo sanza lettere, como se definía a sí mismo, quien, ignorante del griego se manejaba también dificultosamente con el latín, lo que le impedía comunicarse con los doctos de su tiempo. O escrittore, con quali lettere scriverai tu con tal perfezione la intera figurazione qual fa qui il disegno? (Oh, escritor, ¿con qué letras escribirás con tanta perfección todo el cuadro/la representación completa como lo hace aquí el dibujo?), anota en sus cuadernos de anatomía ante la perfección lograda por su otra caligrafía. Esa promiscuidad entre escritura y dibujo al cabo disloca siempre los cuerpos, creando monstruos como los de las capitulares de Erté, o los de la propia teoría... Porque la obra de arte es un minotauro, mitad imagen, mitad palabras, según sospechara ya H. Rosenberg. Y aun así no podemos dejar de intentarlo, ni ellos ni nosotros, ni los artistas ni los críticos, ni Guillermo ni yo… Jabès señaló ante la intimidad de ambas prácticas nocturnas cómo el escritor y el pintor se separan con el primer rayo de sol, con lo más tenue. Cuando el verbo se hace carne -o la palabra imagen- para habitar entre nosotros. Que así sea, pues: pasen y lean.
Óscar Alonso Molina